El edificio de la Universidad de Oulu, una ciudad ubicada casi sobre el Círculo Polar Ártico y rodeada de bosques, en la que viven alrededor de 250.000 personas, no tiene nada que envidiarle a una próspera empresa tecnológica: aulas y mobiliario impecables, grandes ventanales, un "biocentro" con laboratorios de última generación.
Pero la mayor sorpresa llega cuando se le pregunta a Olli Silvén, su vicerrector, si ese despliegue es posible gracias a donaciones de compañías privadas. "No..., ¿por qué? -responde extrañado-. De eso se ocupa el Estado."
Desde que en 2000 Finlandia comenzó a encabezar los resultados de las pruebas internacionales PISA ( Program for International Student Assessment ), su sistema de educación público y gratuito desde el jardín de infantes hasta la universidad está atrayendo la atención de todo el mundo.
En la primera evaluación, el país escandinavo obtuvo el primer lugar en lectura, el cuarto en matemática y el tercero en ciencias. En 2003, el primer lugar en las tres materias entre los países de la OCDE; en 2006, el primer lugar en ciencias y el segundo en lectura y matemática entre todos los participantes, y en 2009 (la última de la que se tengan resultados) fue tercero en lectura, sexto en matemática y segundo en ciencias, también entre todos los países (segundo, segundo y primero, respectivamente, entre los de la OCDE).
El Ministerio de Educación de Finlandia recibe anualmente un centenar de delegaciones oficiales de países interesados en descubrir el secreto de semejante desempeño, especialmente porque lo logra soslayando la mayoría de las recetas en boga.
Según Pasi Sahlberg, maestro, profesor de la Universidad de Helsinki y director general del Centro para la Movilidad y la Cooperación Internacional de ese país, la "vía finlandesa" no se basa en el rigor y la competencia, sino en la colaboración, la creatividad, la igualdad de oportunidades y la formación de los educadores.
El sistema de educación fue transformado para ofrecer las mismas oportunidades para todos sin tener en cuenta el domicilio, el género, la situación financiera o su entorno lingüístico y cultural, explicaron Patrik Scheinin, decano de la Facultad de Ciencia del Comportamiento; Mikko Myllykoski, del Museo de Ciencia Heureka, y Tiina Tähkä, del Consejo Nacional de Educación, durante una presentación en la última Conferencia Mundial de Periodistas Científicos, desarrollada hace dos semanas en la Universidad de Helsinki. Uno de los indicadores que revela el nivel de inclusión que ofrece este sistema es que la variación entre escuelas en la prueba de lectura de PISA es de apenas el 7%, mientras que en otros países de la OCDE alcanza al 42%.
Entre sus singularidades está la edad de ingreso escolar. Los chicos finlandeses comienzan la escuela básica a los siete años y hacen el jardín de infantes a los seis. Antes de eso, tienen derecho a concurrir voluntariamente a jardines maternales donde aprenden a través del juego.
La educación obligatoria dura nueve años, hasta los 16, y se imparte en el mismo edificio, sin divisiones entre la primaria y el nivel básico de la secundaria. Las autoridades locales asignan una plaza a cada chico en una escuela cercana a su casa, pero los padres pueden elegir una escuela de su preferencia.
Las clases, de grupos que no exceden los 25 alumnos, generalmente se imparten entre las nueve de la mañana y las tres de la tarde. La escuela también provee los libros de estudio y el almuerzo, que debe cubrir un 30% de sus necesidades nutricionales. Y ofrece apoyo escolar para los que lo necesiten.
Pero lo que se considera la clave del éxito educativo finlandés son sus maestros y profesores. Elegidos entre los que obtienen los más altos promedios en la escuela secundaria, deben aprobar una maestría para estar en condiciones de ser admitidos. En ese país de poco más de cinco millones de habitantes, la docencia es una de las profesiones más prestigiosas y, a pesar de las exigencias, atrae el interés de casi un 25% de los estudiantes.
Sin inspectores ni pruebas nacionales hasta que finaliza el ciclo básico, con el foco puesto en cada individuo, en Finlandia más del 90% de los alumnos continúa estudiando y más del 50% de la población participa en programas de educación para adultos.
El finlandés es un ejemplo que sin duda entusiasma. Pero, como escribe Sahlberg, también demuestra que aunque "la transformación de los sistemas educativos es posible, [...] se necesitan tiempo, paciencia y determinación".